Pero eso podría cambiar en pocos años. El pasado domingo se inauguró oficialmente en Shanghái la primera zona de libre comercio del gigante asiático: 28,78 kilómetros cuadrados del este de la ciudad en los que se pondrá en marcha el último experimento económico del país. “Define el rumbo de China para los próximos 10 o 20 años, porque va más allá del concepto tradicional de la zona de libre comercio, y busca convertirse en un ejemplo de éxito para otras ciudades”. No en vano, varias ciudades han solicitado ya permiso al Consejo de Estado para seguir los pasos de esta iniciativa que el ministro de Comercio, Gao Hucheng, calificó como “una decisión crucial para la nueva ola de reforma y de apertura al exterior”.
“Al Partido Comunista le gustan los experimentos a escala”, asegura Wang Yulong, profesor de la Facultad de Económicas de la Universidad de Fudan. “Como sucedió con Shenzhen, si la zona de libre comercio tiene éxito, el sistema se copiará en el resto de China y debilitará a quienes en el seno del partido se resisten a nuevas reformas”. Las autoridades de Shanghái ya han anunciado que su objetivo final es expandir la zona de libre comercio al resto de los 1.210 kilómetros cuadrados de la zona de Pudong, literalmente la que está al este del río Pu.
Además, la iniciativa se enmarca en el proyecto gubernamental que pretende convertir a la capital económica de China en el mayor centro financiero de Asia en 2020. “Las autoridades son conscientes de que para conseguirlo hace falta mucho más que el mayor puerto marítimo del mundo. Es necesario un nuevo marco legal y económico que dé confianza a las multinacionales”, opina Wang. No obstante, el miedo del Gobierno está en la poca capacidad que las empresas estatales chinas tienen de competir con sus homólogas extranjeras en igualdad de condiciones. “Necesitan tiempo para adaptarse a la libre competencia, por eso el proyecto también es beneficioso para ellas”. La gran incógnita es si las reformas económicas terminarán traduciéndose en reformas políticas.
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